Hay veces que la gratitud no es el punto fuerte de las personas. Eso no es algo nuevo, en el mundo que vivimos esa afirmación no sorprende a nadie. Pero cuando la ingratitud viene de la mano de alguien a quien considerabas tu amigo duele.
Hace unos tres años alguien a quien consideraba mi amigo hasta hace bien poco, me propuso un proyecto. Nunca creí demasiado en él ni en su proyecto (y a día de hoy siguo sin hacerlo), pero por amistad seguí a su lado. Costó mucho arrancar, pero hará cuestión de un año y medio lo conseguimos. Todavía me parece increíble que funcionase relativamente bien, pero el tesón puede hacer verdaderos milagros.
Llegaron las promesas, pronto habría dinero y empezaríamos a obtener beneficios. Pero las palabras se las lleva el viento, y seguí trabajando lo mejor que supe, pese a que el dinero no llegaba. Pero me mantuve ahí, firme pese a todo. No faltaron críticas a mi postura. Había quien decía que tenía que buscarme algo mejor, lo que fuese, pero que no podía estar toda la vida viviendo de un sueño. Muchos de los que iniciaron el proyecto abandonaron el barco. Yo mismo me sentí tentado de hacerlo en varias ocasiones, y si no lo hice fue por que había alguien que confiaba en mi.
Pese a que arrancó considerablemente bien, pronto se vio que aquello no llevaba a ninguna parte. Éramos irregulares en nuestro trabajo, pese a los esfuerzos. Hubo muchas épocas en las que nos estancamos, y yo lo veía en cierta medida con alivio. Aquello se acabaría y no hubiese defraudado a mi amigo. Pero su terquedad hacía que, a trompicones, voviésemos a echar a andar. Cada vez con la misma cantinela, pronto cobraríamos y podríamos vivir de ello. Pero de nuevo las promesas se convertían en papel mojado.
En una de esas ocasiones de calma, en las que todo estaba parado, finalmente murió el proyecto... pero nació otro mucho más ambicioso. De nuevo volví a escuchar eso de que esta vez era la definitiva, que este era un proyecto mucho más serio y que estábamos bien respaldados. Empecé a ver luz al final del túnel. Alquilamos una oficina, compramos todo lo necesario para amueblarla y empezamos a ensayar lo que, se supone, iba a ser algo de futuro.
Pero el ansia de poder corrompe a las personas. Aquel al que consideraba mi amigo comenzó a mostrarse hostil y desconfiado con todo el mundo, cada vez más nervioso conforme se acercaba la fecha de echar a andar. Fue en este momento cuando decidí poner el punto y final si no se veían beneficios... pero no hizo falta.
El día antes de arrancar me comunicó, de manera muy poco profesional, que para una labor de cierta responsabilidad no contaba conmigo. Esa fue la gota que colmó el vaso. Aquello había llegado demasiado lejos. Yo no había estado tres años sacrificado para que en el último momento se me dejase en segundo plano. Me despedí del proyecto. Pero al parecer no hubiese hecho falta, pues cuando el pryecto dejó de ser tal y se convirtió en realidad, contemplé algo atónito como no aparecía mi nombre por ninguna parte en algo que se había hecho antes de yo despedirme. Hacía tiempo que la decisión de no contar conmigo estaba tomada. Después de tantas promesas, de tanto sacrificio, de dejar pasar oportunidades... así es como alguien a quien consideraba un amigo, me pagaba.
La ambición corrompe a las personas, les hace olvidarse de quienes están en los momentos duros. La ambición hace que sólo mires por tu beneficio, sin importarte quien pueda caer por el camino. Pero la ambición también tiene un precio, y es que si no actúas pensando más que en tí, poco a poco, te van a ir dando de lado, vas a ir viendo como cada vez estás más alejados de amigos de verdad y más cerca de aquellos que te quieren más por lo que tienes (o puedes llegar a tener), que por lo que realmente eres.
domingo, 13 de abril de 2008
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1 comentario:
Muy buenas capitán.
Segunda entrega, segundo acierto.
Realmente bueno, desde ese principio que engancha hasta ese final que incluye una especie de "reflexión" o "recapitulación" de cómo son las cosas.
Esto marcha muy bien, espero con ansias las próximas entregas.
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