domingo, 27 de abril de 2008

Cómo os odio

Pues sí, os odio. En un sentido figurado, pero os odio. Las mujeres podeis ser lo mejor que le puede pasarle a un hombre... pero como norma general sólo traeis dolores de cabeza. El último episodio me ha tocado vivirlo esta misma semana. No, a mi personalmente no me ha pasado nada, bastante tengo con lo mío. Pero uno de mis mejores amigos está totalmente destrozado por culpa de una mujer.
La verdad es que nunca me gustó esa relación, ya empezó mal desde primera hora. Es lo que pasa cuando una relación se acabe para qu empiece otra. Además, nunca llegué a entender esa relación, me parecía algo forzado... estar por estar. Era una relación a distancia, demasiada. Ella estaba acostumbrada a una relación de exclusividad, de verse a diario, y él vive a más de 500 kilómetros. Estaba cantado que eso no podía salir bien. Pero claro, él es mi amigo, y había que apoyarlo.
La relación salió adelante, él venía con más asiduidad que nunca, y yo lo veía cada vez menos. Estaba poseído por el extraño embrujo del amor, y parece que los amigos le sobraban. Empezó a cambiar, reprochaba cosas que antes le parecían divertidas, empezó a ver fantasmas donde no los había. Puedo decir que he vivido, no las peores, pero si las más extrañas navidades, Semana Santa y feria de mi vida.
Pero el tiempo, por suerte o por desgracia, acabó por darme la razón. El pasado jueves ella volvió a ver a su anterior novio... y le llegaron las dudas. ¿Qué dudas? Si precisamente tú lo dejaste destrozado cuando lo dejaste por mi amigo. Ahora le has hecho lo mismo a una de las personas a las que más aprecio en el mundo, y si antes me costaba aparentar que te soportaba, ahora ni siquiera me voy a molestar en hacerlo. Tú misma has hecho que esto pase. Tú con tu actitud arbitraria, caprichosa e infantil. Tú por jugar con los sentimientos de dos personas a las que considero grandes personas. Tú que me dijiste que la chica de la que he estado, y sigo, enamorado no valía la pena...Pero el tiempo pone a cada uno en su sitio. Tú recibirás tanto daño como el que has causado, mis amigos encontrarán a alguien que de verdad merezca la pena, y yo... bueno, Dios dirá.

domingo, 13 de abril de 2008

El precio de la ambición

Hay veces que la gratitud no es el punto fuerte de las personas. Eso no es algo nuevo, en el mundo que vivimos esa afirmación no sorprende a nadie. Pero cuando la ingratitud viene de la mano de alguien a quien considerabas tu amigo duele.
Hace unos tres años alguien a quien consideraba mi amigo hasta hace bien poco, me propuso un proyecto. Nunca creí demasiado en él ni en su proyecto (y a día de hoy siguo sin hacerlo), pero por amistad seguí a su lado. Costó mucho arrancar, pero hará cuestión de un año y medio lo conseguimos. Todavía me parece increíble que funcionase relativamente bien, pero el tesón puede hacer verdaderos milagros.
Llegaron las promesas, pronto habría dinero y empezaríamos a obtener beneficios. Pero las palabras se las lleva el viento, y seguí trabajando lo mejor que supe, pese a que el dinero no llegaba. Pero me mantuve ahí, firme pese a todo. No faltaron críticas a mi postura. Había quien decía que tenía que buscarme algo mejor, lo que fuese, pero que no podía estar toda la vida viviendo de un sueño. Muchos de los que iniciaron el proyecto abandonaron el barco. Yo mismo me sentí tentado de hacerlo en varias ocasiones, y si no lo hice fue por que había alguien que confiaba en mi.
Pese a que arrancó considerablemente bien, pronto se vio que aquello no llevaba a ninguna parte. Éramos irregulares en nuestro trabajo, pese a los esfuerzos. Hubo muchas épocas en las que nos estancamos, y yo lo veía en cierta medida con alivio. Aquello se acabaría y no hubiese defraudado a mi amigo. Pero su terquedad hacía que, a trompicones, voviésemos a echar a andar. Cada vez con la misma cantinela, pronto cobraríamos y podríamos vivir de ello. Pero de nuevo las promesas se convertían en papel mojado.
En una de esas ocasiones de calma, en las que todo estaba parado, finalmente murió el proyecto... pero nació otro mucho más ambicioso. De nuevo volví a escuchar eso de que esta vez era la definitiva, que este era un proyecto mucho más serio y que estábamos bien respaldados. Empecé a ver luz al final del túnel. Alquilamos una oficina, compramos todo lo necesario para amueblarla y empezamos a ensayar lo que, se supone, iba a ser algo de futuro.
Pero el ansia de poder corrompe a las personas. Aquel al que consideraba mi amigo comenzó a mostrarse hostil y desconfiado con todo el mundo, cada vez más nervioso conforme se acercaba la fecha de echar a andar. Fue en este momento cuando decidí poner el punto y final si no se veían beneficios... pero no hizo falta.
El día antes de arrancar me comunicó, de manera muy poco profesional, que para una labor de cierta responsabilidad no contaba conmigo. Esa fue la gota que colmó el vaso. Aquello había llegado demasiado lejos. Yo no había estado tres años sacrificado para que en el último momento se me dejase en segundo plano. Me despedí del proyecto. Pero al parecer no hubiese hecho falta, pues cuando el pryecto dejó de ser tal y se convirtió en realidad, contemplé algo atónito como no aparecía mi nombre por ninguna parte en algo que se había hecho antes de yo despedirme. Hacía tiempo que la decisión de no contar conmigo estaba tomada. Después de tantas promesas, de tanto sacrificio, de dejar pasar oportunidades... así es como alguien a quien consideraba un amigo, me pagaba.
La ambición corrompe a las personas, les hace olvidarse de quienes están en los momentos duros. La ambición hace que sólo mires por tu beneficio, sin importarte quien pueda caer por el camino. Pero la ambición también tiene un precio, y es que si no actúas pensando más que en tí, poco a poco, te van a ir dando de lado, vas a ir viendo como cada vez estás más alejados de amigos de verdad y más cerca de aquellos que te quieren más por lo que tienes (o puedes llegar a tener), que por lo que realmente eres.

lunes, 7 de abril de 2008

Un año atrás

No pensaba empezar así mi relato. Me hubiese gustado presentarme como es debido antes, deciros quién soy, de dónde vengo y qué me motiva para escribir esto. Pero los acontecimientos se han precipitado de tal manera que no queda otro remedio que empezar con algo que ocurrió hace, aproximadamente, un año...
...Más concretamente fue el sabado de feria de 2007. Un amigo, puede que en solidaridad conmigo, me quiso presentar a una chica, amiga de su novia. Yo siempre he sido una persona que no se ha preocupado por su aspecto, pero ese día me preparé a conciencia: zapatos, pantalón a la última, camisa y americana. Ella me cautivó al instante. Decir únicamente que es guapa sería faltar a la verdad, sólo los ángeles podrían acercarsea lo que su rostro desprendía. Aquel día me enamoré perdidamente de ella, y dudo que algún día pueda olvidarla.
La tarde pasó volando y la noché llegó. Y ella se fue. Yo aparentaba ante todos mis amigos no pensar en ella y simplemente pasármelo bien. Debo ser muy buen mentiroso, pues parece que la falacia caló en ellos. Pero por mucho que tratase de aparentar de cara a la galería, mi cabeza sólo podía centrarse en una cosa.
Pasaron un par de semanas hasta que volví a verla, un poco engañado por mi amigo (al que sólo puedo expresarle palabras de agradecimiento). Él estaba pasando una mala racha con su pareja y aún así fue a verla, aunque estuvieron bastante fríos. Tengo que reconocer que nunca he sido demasiado vivo en cuanto a mujeres se refiere, por lo que no es de extrañar que no pasara nada entre nosotros el rato que estuvimos a solas, esperando en mi coche a que ellos hablasen. Aquel día conseguí su número de teléfono, algo que para muchos es algo cotidiano, pero que para mi significaba llegar un paso más allá de lo que nunca había hecho.
Pero ya he dicho que nunca he sido demasiado vivo en cuanto a mujeres se refiere. No supe sacar partido de lo poco que había conseguido. Así pasó el tiempo y, cuando yo ya había perdido toda esperaza, fue ella la que dió señales de vida. Fue días antes de ir a la playa, en el mes de Julio. A mi aquello me chocó, me pareció increible que ella, después de vernos sólo dos veces y unos pocos mensajes al móvil, se acordase de mi varios meses después. Pero más increíble me pareció que unos días después viniese a la playa con nosotros. Estuvo conmigo bastante rato, y mi hermana me ha confesado que le hicieron varios comentarios del estilo "qué espera tu hermano para entrarle". Pero soy torpe, no hay de malo en ello. No supe cual era el momento idóneo. Y pasó el día y cada uno volvió por donde había venido.
Días después fuimos a un conocido parque temático. Pero ella no estaba allí. Quise aparentar pasarlo bien, y en el fondo lo hice, pero estuve continuamente pensando en ella. Unos días después quedamos varios amigos y, curiosamente, los únicos que íbamos sin pareja éramos ella y yo. Aquella noche di un paso más, y me aventuré a quedar con ella a solas... y ella aceptó.
Puedo decir que fue la mejor tarde/noche de toda mi vida. Nunca había llegado tan lejos, nunca había estado tan seguro de que iba a salir bien. Aquel día fuimos al cine (aunque he de confesar que no me enteré de nada de la película, yo sólo tenía ojos para ella), cenamos, paseamos y la llevé a un local con ambiente romántico a tomar unas copas. No pasó nada entre nosotros, pero estuvimos hablando de cosas íntimas nuestras, de nuestros sueños, de nuestros fracasos, de nuestros miedos...
Unos días después, a mediados de Agosto, vovíamos a la playa, en esta ocasión a pasar el puente. Ahí empecé a tener serias dudas. Su actitud hacia mi era a ratos de absoluta ignorancia y a ratos de una dulzura increíble. Mis dudas se vieron confirmadas pocos días después, en una de las noches en las que salimos. La llevé a su casa, como solía hacer habitualmente, y cuando llegué a mi casa le mandé un mensaje de texto al móvil. No decía nada extraordinario, simplemente que estaba a gusto estando con ella. la respuesta me destrozó el corazón en mil y un fragmentos: "lo siento mucho, tú me caes muy bien, pero en este momento sólo puedo ofrecerte mi más sincera amistad". Aunque he de admitir que en el momento encajé bien el golpe, quizás por el cansancio o quizás porque, en cierta medida, ya lo esperaba.
Fue al día siguiente cuando me derrumbé. Primero cuando le conté la historia a mi padre, y luego cuando se la conté a aquel amigo mío que me la presentó unos meses atrás. Eso fue lo peor. No logro recordar una vez en la que haya llorado tanto por una mujer.
Por mucho que digan que el tuempo cura todas las heridas, yo puedo asegurar que hay algunas que ni el propio tiempo puede borrar. Menos de un mes después del mazazo me enteré de que ella padece una enfermedad, y que su rechazo se devió a ello, no quería hacerme daño, pero en el fondo ella me amaba. Pero ella no debía enterarse de que yo lo sabía, por lo que estaba peor incluso, no podía jugar esa baza y encima tenía sobre mi conciencia que debía estar a su lado en esos momentos duros. Opté por la salida cobarde, que no fácil, de dejar que el tiempo se encargara de cerrar las heridas. La vi un par de veces más (y desde entonces no he vuelto a verla). Incluso me enteré de que tuvo una historia con otro.
No volví a saber nada de ella hasta Nochevieja. Fue ella la que me felicitó el año nuevo. La verdad es que fue un mensaje al móvil clásico de felicitación navideño, pero por qué tanto tiempo después. Mi Nochevieja podía haber sido sensacional, pero sin embargo estuve pensando en ella toda la noche (ya se sabe, penas y alcohol no son buenas compañeras de viaje).
Pero de nuevo logré sobreponerme y dejé que el tiempo hiciese su lastimosa labor. Parecía que lo estaba consiguiendo, pero como ya he comentado, hay heridas que parecen estar empeñadas en no cicatrizar nunca y, conforme se acercaba la feria, volví a pensar en ella. Verdaderamente no la he olvidado. Y, como si una burla cruel del destino se tratase, hoy, lunes de feria, me he enterado de que ha vuelto a tener ataque de su enfermedad, que su familia no la apoya y que lo está pasando verdaderamente mal. Y seguramente esta semana volveré a verla... y no se cómo voy a reccionar.
Como no me canso de repetir, hay heridas que no quieren cerrarse... y de momento prefiero que sigan abiertas.